El buen gusto es subjetivo, la calidad no.
Con el auge de las plataformas digitales de arquitectura y diseño, la importancia de hacer proyectos de buen gusto, que se fotografíen bien, cada vez es mayor. Hoy en día los arquitectos que tienen mayor cantidad de followers tienen acceso a más clientes por lo tanto a más trabajo, esto puede ser, sino es que ya es, un peligro para la arquitectura de calidad.
Lo primero en esta reflexión sería cuestionarnos qué es el “buen gusto” y quién lo dicta.
El buen gusto es una especie de moda que han dictado los arquitectos y diseñadores famosos que están bien parados con clientes que les dan la difusión por medio de proyectos grandes e importantes. Antes, estas tendencias dependían del contexto y el lugar, hoy con las plataformas digitales se están estandarizando más que nunca, perdiendo así la identidad de cada proyecto con su contexto inmediato.
Desde 1920 el movimiento moderno que surgió como método para atacar los problemas de falta de vivienda y construcción accesible, se convirtió en una especie de competencia de estilo estético en la que los arquitectos famosos y “revolucionarios” fueron dejando la función y la calidad de lado. Las principales escuelas de arquitectura, dirigidas por estos mismos y los practicantes en los despachos, fueron prefiriendo enfocar sus esfuerzos en la estética y en el arte que en la calidad constructiva. Desde ese entonces surge el concepto de “starchitect”, que fueron los arquitectos/artistas que imponían sus ideas y enseñaban a sus alumnos y practicantes a que así se debía de diseñar. Muchos de estos arquitectos ni siquiera pagaban a sus practicantes, cosa que tristemente, se sigue haciendo hoy en día.
Todo esto no quiere decir que lo estético sea malo, ni mucho menos. Es importante la estética y es muy probable que un edificio bello pueda contribuir al bienestar espiritual de una persona. El problema viene cuando la estética, por ser el fin principal, ignora los demás factores que hacen que un proyecto sea de calidad.
Hay una infinidad de proyectos arquitectónicos bellos, incluso icónicos, que han fallado en algo tan básico como la habitabilidad. El ejemplo más claro puede ser la Villa Savoye diseñada por el inmortal arquitecto Charles Edouard Jannerette (Le Corbusier), quién propuso una casa hecha con una losa de techo plana que, debido a su gran tamaño, filtraba en el interior el agua de la lluvia. Cuando la clienta le reclamaba al arquitecto, él contestaba que la casa era aclamada por el resto de arquitectos en todo el mundo, cosa que a la señora no le importaba en lo absoluto, ella quería poder habitar la casa por la que ella pagó.
Otro caso fue el de la casa Farnsworth, diseñada por el arquitecto Ludwig Mies van Der Rohe. En el diseño de esta casa la mayoría de las peticiones de los clientes fueron ignoradas. Resultando así en un sin fin de pleitos que llegaron incluso a una instancia legal. La casa se ha tenido que mover, reconstruir, restaurar, porque el lugar en el que se construyó no es el adecuado para una casa de este tipo. Al final el arquitecto ganó la batalla legal pero dejó a unos clientes profundamente decepcionados.
Pero entonces, ¿qué le da la calidad a un proyecto? La calidad es un concepto tan amplio pero a la vez integral que la mejor manera de entenderlo es desglosándolo paralelamente al proceso de diseño y construcción.
La primera manera de entender la calidad viene de saber qué es un servicio y se debe a un cliente y a un usuario que debe de ser dignificado en todo momento. De nada sirve hacer edificios bellos si no cumplen con el programa arquitectónico solicitado. O si los usuarios no son analizados a fondo para entender sus capacidades, necesidades y absolutamente todas las acciones que están destinadas a hacer dentro del edificio y fuera de él. Todos los seres humanos y en casos particulares plantas y animales tienen que ser capaces de desenvolverse plenamente en relación con el edificio. Existen proyectos de lujo en los que el cuarto de servicio es inhumano o casas de interés social sin identidad construidas en zonas poco accesibles que terminan siendo guetos. Edificios de oficinas sin iluminación o ventilación natural, hospitales sin circulación bien resuelta y en caso de los animales, rastros e incluso refugios que envilecen la vida de los animales.
Para lograr esto es importante consultar con expertos cómo antropólogos, sociólogos, biólogos etc, pero sobre todo con el cliente y el usuario. Entre más profundos sean los estudios mejor será el entendimiento del arquitecto al momento de orquestar.
Lo que sigue en el proceso de la calidad es el estudio del contexto. Es importante entender que el contexto es muy extenso. No es solo entender el asoleamiento, el clima y un poco de historia de la zona. Se tiene que abarcar el ecosistema, la comunidad, los edificios aledaños, el subsuelo, el coeficiente sísmico, los puntos cercanos de conexión y transporte, etc. Resultaría ridículo pensar que todo eso pueda ser analizado por un arquitecto o un equipo de arquitectos. Es vital para el proyecto apoyarse en consultores y científicos experimentados y dejar que ellos tengan participación en el diseño. Cuántos edificios en el Distrito Federal no se cayeron en el sismo del 85. Cuántas comunidades no han sido afectadas por la gentrificación que causan los proyectos habitacionales masivos en colonias populares. Cuántos ecosistemas no han sido destruidos por conjuntos hoteleros enormes. Cuántos complejos de casas de interés social hay abandonados por estar alejados de los centros de trabajo.
Para cerrar el proceso, tenemos la edificación del proyecto. La construcción para algunas personas cobra más importancia incluso que el proyecto. Un edificio que no está bien construido desacredita cualquier intención de diseño por más buena que esta haya sido. Para esto es importante que a nivel proyecto todos los detalles constructivos estén estudiados y dibujados. Que las estructuras sean calculadas adecuadamente y que los materiales propuestos sean congruentes y de calidad. Un arquitecto debe de entender que el presupuesto se puede controlar y respetar desde la etapa de proyecto. Entender cuál es el límite y diseñar de acuerdo a este debe de ser parte de un proceso integral de calidad.
Es increíble que los premios que mejor entendían cómo se debe de calificar un proyecto esté ahora extinto. Los Premios Década (2000-2009) premiaban lo que concentra los puntos principales de la calidad de los edificios y esto es: como envejecen.
A diferencia de los premios y publicaciones actuales de arquitectura, que solo piden fotos y planos del proyecto, no se toman ni la molestia de visitarlos, menos de vivirlos y que además no están basados en ningún criterio fijo, sino en la opinión meramente subjetiva de otros arquitectos reconocidos. Los “Premios Década” premiaban a los proyectos que llevaban 10 años o más construidos. Aunque solo reconocían trabajos dentro de Barcelona, se tomaban en cuenta estándares que reconocían la durabilidad, la relación con el contexto, la importancia en la comunidad, la habitabilidad y la opinión de la gente que los habitaba y sus alrededores. Valores que significan trascendencia y no modas.
Es imprescindible, como arquitecto y cualquier otro rol que se desempeñe en relación a la edificación, entender que la principal función de un edificio es contribuir al desarrollo de las personas. Tomando en cuenta los recursos que se ocupan, el tiempo y riesgo que lleva hacerlos y el impacto que tienen en la gente, es importante que su integridad se prolongue por el mayor tiempo posible.
Al final, qué importancia tienen el estilo, las fotos, los likes, o los premios si la gente no puede habitar un edificio dignamente.
Al final el buen gusto es subjetivo, la calidad no.