El imaginario masculino en la arquitectura

Hace poco leí un comentario en redes sociales en donde una persona alegaba que las mujeres no se involucran tanto en la difusión de la arquitectura porque somos menos “clavadas.” Pensar que alguien pudiera hacer una generalización tan vacía y sin ningún fundamento me hizo sentir desconcertada. Pero en realidad, no son poco comunes ese tipo de argumentos. Existe una amnesia colectiva profunda respecto al rol de las mujeres dentro del gremio de la arquitectura, en el cual ha prevalecido una perspectiva androcentrista.

La arquitectura nace con el uso de la razón y la capacidad de abstracción del ser humano para volverse una extensión de nuestra existencia. La arquitectura es milenaria, es a través de ella que el ser humano comenzó a construir su propia realidad; una realidad compartida tanto por hombres como por mujeres. Aun así, fue hasta años recientes en la historia moderna que comenzó una lucha para reclamar lo que nos ha sido arrebatado. Por muchos años, las mujeres han tenido que vivir bajo la sombra de los hombres. Es común escuchar que muchas mujeres se sientan identificadas con el síndrome del impostor en el que se sienten minimizadas y desvalorizadas por una sociedad que no nos reconoce como co-creadoras del mundo en el que vivimos. Es tan usual camuflar detrás del nombre de un hombre el trabajo de la mujeres dentro del gremio, que incluso tiene un nombre, el síndrome Lily Reich. Lily Reich fue una arquitecta alemana que trabajó junto a Mies van der Rohe en el Pabellón de Barcelona (también llamado Pabellón Mies van der Rohe) y en algunos prototipos de mobiliario que son enteramente atribuidos al arquitecto alemán. No fue el único caso, Aino Aalto trabajó junto a su esposo Alvar Aalto en diversos proyectos y su nombre fue opacado; lo mismo en el caso de Ray Eames junto a Charles Eames, Denise Scott Brown junto a Robert Venturi y Charlotte Perriand que trabajó junto a Le Corbusier; por mencionar a algunas. No sólo ocurrió en casos particulares sino también en escuelas como en la Bauhaus, en donde muchas mujeres tuvieron que publicar su trabajo bajo el nombre de la escuela. O en movimientos como el Arts and Crafts donde predominan mucho más los hombres y las aportaciones de las mujeres quedaron ensombrecidas. Incluso puedo remontarme mucho más atrás, a la época paleolítica superior, en donde casi como una respuesta automatizada se atribuye el arte rupestre a figuras masculinas. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo el trabajo de las mujeres es desplazado a una segunda posición sólo por cuestiones de género.

En el espectro artístico, el movimiento feminista comenzó a finales de la década de los 60 y aun así ha sido paulatino el progreso y el verdadero reconocimiento de la mujer dentro de la historia. Dentro de la arquitectura no sólo debe ser reconocida como autora sino como protagonista dentro de nuestras formas de habitar con origen en el hogar y en el seno materno.

Nuestra realidad está compuesta por constructos sociales, dentro de los cuales predominan las dualidades; creemos en el bien y el mal, lo blanco y lo negro, lo femenino y lo masculino. Incluso en la arquitectura podemos encontrar estos dualismos confeccionados de lo femenino y masculino. Lo racional y funcional ha sido asociado con tonos más “viriles”; a una contraparte “afeminada” que incluye a la decoración y el interiorismo. La lucha feminista dentro y fuera del gremio no debe caer en juicios de valor de una dualidad femenina/ masculina sino profundizar en los constructos sociales, cuestionarlos y hasta quebrarlos. Es una lucha que debe permear dentro de las brechas raciales, sociales y culturales. La arquitectura no es una herramienta para crear espacios bellos. La arquitectura es una política de identidad en donde todes tenemos una voz que ya no puede ser silenciada.