La Casa
¿Qué pasa cuando la casa no alberga a una, ni a dos, sino a cinco o más personas; de qué forma la casa expresa la personalidad de este conjunto -familia- y de qué forma la familia, como unidad y como conjunto, se expresa en la casa

Las casas hablan
No, no… no hablan, suspiran. ¿gritan?
Dicen algo.
Emanan…
Las casas se adaptan a aquellos que las viven
Las casas, ¿están vivas?, o son, como la ropa, una extensión de nosotros mismos
¿Qué pasa cuando la casa no alberga a una, ni a dos, sino a cinco o más personas; de qué forma la casa expresa la personalidad de este conjunto -familia- y de qué forma la familia, como unidad y como conjunto, se expresa en la casa
Las personas se van, algunas se quedan, otras van y vienen. La casa empieza a mostrarse como una fotografía o una imagen antigua de lo que alguna vez fuiste y de lo que otros siguen siendo. Las plantas crecen, las habitaciones se vacían y los jardines toman su propia forma, su camino natural.
La casa, por supuesto, no está sola, hay algo que siempre la rodea, otro individuo o colectividad -familias. ¿De qué forma se expresa ahora este conjunto, de qué forma la calle liga esta “individualidad” en un espacio de todos?

La casa siempre quiere decirnos algo, ¿será que nace con una voz propia, o nosotros se la vamos dando? ¿Será que se pueda rebelar, o simplemente evidencia símbolos que para nuestros ojos no son tan claros? ¿Será que no los queramos ver, que, por medio del descuido, de los materiales, de la lluvia chorreada y de las habitaciones vacías, esté tratando de decirnos algo? ¿Será que no la queramos escuchar?

Cuando una casa cambia de propietario.
La ropa heredada. La casa intercambiada. El pasto cortado. La piedra lijada.
No quiero utilizar la palabra “esencia” por su ya ahora nulo significado, sin embargo, la casa es claro reflejo de lo que se vivió ahí, de las peleas y las discusiones, encuentros y desencuentros, amores y desamores, primeras experiencias, primeras fiestas y primeras reuniones, de tu soledad.
Encontrarse en los edificios.
La palabra edificio no le hace justicia a la profundidad que sugiere una casa.
La casa nunca será solamente un inmueble. Los muros, los pisos, el techo, el jardín, la alberca, los muebles, son únicamente símbolos que hablan de algo más. La vida y el día a día, las tardes y las noches. Un sillón no sirve sólo para sentarse; un mueble, dentro de toda su humildad, se ofrece a ti y a todo aquel que quiera utilizarle. Una cama o un camastro, independientemente de su diseño, están vivos. Un mueble se alimenta del tiempo, un mueble se alimenta del pasado para seguir existiendo, el futuro es incierto.
Cuando uno se va, se lleva algo de la casa consigo. La casa se hereda, los materiales, el olor y los objetos. Lo físico y lo inmaterial. En tu casa viven tus abuelos fallecidos; cuando te vayas, estarán tus hermanos y tus padres, tus amigos. Los materiales nunca son involuntarios o superficiales: un piso de barro, una terraza o un jardín de grava, la alberca que se convirtió en estanque.

La casa podría no ser tendenciosa, sino personal, un muro de concreto que va a pasar de moda o un techo de teja dictado por el reglamento de un fraccionamiento. ¿De qué forma las reglas limitan -o promueven- la expresión?
Los límites. Los límites de un terreno, de un presupuesto, de un programa o de un reglamento de construcción. Los límites físicos, los límites reales, los límites simbólicos o culturales. Uno, como individuo o como colectivo -familia-, se mueve dentro de ciertos límites, es flexible; los límites se mueven, tú los mueves, muchas veces de manera inconsciente o involuntaria, y te hayas en un extremo que creías desconocido.
Los límites compartidos y los límites heredados, educados, impuestos. Los límites individuales, los límites aprehendidos, los límites descubiertos.
Uno lleva consigo su casa y como hemos visto, todo lo que la casa conlleva, nunca se es superficial.