La hierofanía del ser

La hierofanía del ser

A lo largo del tiempo hemos conocido historias y mitos de antiguas civiliaciones, en las que algo común es el buscar construir un puente, que nos permita tener un diálogo con lo que nos supera; la verticalidad de los árboles, la montaña sagrada, la disolución vertical del muro, las altas construcciones que buscan dotar de sacralidad el espacio que el hombre construye para tener un díalogo con los dioses.

¿Será que nuestra arquitectura fue evolucionando, para dejar de tener un díalogo con los dioses, para poder tener uno con nosotros mismos? El hombre se dio permiso a sí mismo a través de dios para darse la identidad que él mismo deseara, se convirtió en la unidad simbólica para la arquitectura, la aspiración a la trascendencia, buscando transmitir emociones con su obra, conmover a quien observara; ser ese umbral de tránsito, el eje rector de nuestra realidad.

Todo ser al existir crea su propio espacio, su propia sacralidad. Al ser ahora el hombre quien se permite darse su propia identidad por el libre albedrío. ¿A que le da sacralidad el hombre moderno en sus construcciones?

El hombre moderno está distraído buscando la sacralidad en espacios equivocados, sin darse cuenta que solo deambula en espacios pre construidos, un nido de concreto que nos separa y aisla de la realidad. El no-lugar del hombre moderno representa la relación que estamos experimentando con el entorno, un desapego hacia lo natural, por la continua necesidad de satisfacer el ego humano.

¿Será la comodidad que hemos creado como sociedad la que nos ha mantenido deambulando en el no-lugar?

La casa como el cosmos, en el momento en que cosmizamos, sacralizamos para ser, los dueños de nuestra propia realidad, buscando nuestra propia verticalidad representada por espacios construidos que nos permiten pasar por diferentes pasajes, el axis mundi, el eje entre lo sagrado y lo profano, pero que no es tangible para el hombre hasta que está construido, y al hacerlo, nos convertimos en la sinapsis de las conexiones espaciales.

El árbol y el humano comparten la misma verticalidad, temenos raíces, la permanencia del ser, los que habitamos los espacios estamos permanentemente erguidos, el cuerpo tiene su propia percepción, lo que nos genera una emoción para seguir moviéndonos en este planeta viajero.

Una persona de acción es un tejedor de palabras, mientras que un arquitecto es un tejedor de espacios. Para entrar en un mito solo hay que imaginar, y para entrar a la arquitectura solo hay que sentir; dejarnos guiar por la concepción de sacralidad que nosotros mismos le demos, sin tener que entrar en el díalogo del hombre religioso. Siempre estamos sintiendo algo, pero lo detectamos hasta que pasamos por un umbral de percepción.

La arquitectura busca expresar la transparencia espiritual, sin hablar de su espiritualidad propia. Enmarca momentos del tiempo, en los que como individuos, han existido a través de las memorias que un lugar nos provoca generar. Podemos aprender a encontrar placer en lo casual, mirar “bien” para poder crear conexiones que trasciendan, que tras-sintamos.

Un simple gesto como una foto, un cuadro en la pared, algún árbol que nos reciba en el espacio, hasta un aroma, cambia por completo la interacción entre nuestro inconsciente y la arquitectura. A diferencia de lo que sería entrar a un cuarto completamente blanco, en el que no existan ventanas, un espacio configurado mecanicamente que no otorga una sensación de temporalidad, no nos permite conectar, como lo que sería entrar a un casino o a un centro comercial. Espacios que nos aislan de la realidad.

La arquitectura se deja completar por la imaginación personal, para poder ser experimentada en diferentes ángulos, es el lenguaje de la percepción el que crea la realidad que vivimos. Somos el ensayo vivo de la arquitectura, la vision individual de la representación de una realidad colectiva. Nuestra experiencia se guía por la capacidad de crear un recuerdo del lugar que visitamos, es lo que mantiene viva la esencia de un lugar, nuestra capacidad de interactuar con él.

Creo que en la constante búsqueda por la inmortalidad, hemos subido por esta vertical sin darnos cuenta que en algún momento podemos llegar a caer, al no ver que somos parte del axis mundi y no dueños de esta sinapsis. Podemos empezar a cuestionar que la civilización del hombre salvaje a través del amor será lo que nos dará conciencia para encontrar la trascendencia que tanto buscamos.