... Andar y ver... ver y pensar...

... Andar y ver... ver y pensar...

El enfrentamiento a una hoja en blanco siempre me parece algo duro de combatir, discernir entre todas las posibilidades dentro de mi cabeza y desenmarañarlas para lograr crear un hilo fino que seguir. Haré el intento.  

“Perder el cuerpo para ser habitado por palabras. Perder palabras para ser habitado por el cuerpo.”  

Estas son algunas de las primeras palabras que menciona Silva-Herzog en su libro Andar y Ver, Segundo Cuaderno, mientras que contrasta con la idea de que, la existencia está contenida por inicios y desenlaces y que la pregunta puede empañar nuestra percepción. ¿Existirán otros factores que puedan desviarnos de nuestro punto focal? Dentro de un tablero de ajedrez ¿Qué pieza jugaría la arquitectura?

En la época de Mozart y la música clásica, el ir a un concierto y sentarte a escuchar una pieza que, sin ninguna palabra, podía describirte cualquier emoción; era respondida con el entusiasmo de quien la escuchaba. Aunque después de un tiempo, eso cambió, siendo ahora que el auditorio solo estaba invitado a escuchar en silencio absoluto hasta que el autor diera algún indicio de que podían empezar los aplausos, imponiendo el cambio de sonidos y confiscando la respuesta espontanea.

¿Será que olvidamos que nuestras piezas, más allá del arte, van dirigidas al espectador, a quien condenamos a escuchar bajo un silencio impenetrable, y que nosotros mismos olvidamos escuchar las emociones que nuestra obra genera? Un monólogo.

¿Puede ser que como arquitectos construyamos espacios característicos de un silencio forzado, callando la espontaneidad de a quien se le dedica la obra?

¿Por qué tendríamos que hacer un voto de silencio en lugar de combinar nuestras emociones con el espacio? Mimetizarnos.

La apología del entusiasmo es el descubrimiento de una voz profunda y viva, la interrelación de diferentes tiempos. La arquitectura es un discurso que explica su narrativa propia, enlaza y teje el hilo de diferentes variables para encontrar la intersección del espacio, la pausa antes de continuar hablando, pero ¿Qué es lo que vale la pena poner en palabras? Existen lenguas sin literatura, pero no sin poeta.

Las paredes oyen… las paredes miran… el espejo en el que te retratas da información de tu espacio, no podemos sustraernos. Situarnos a nosotros mismos en el tiempo, nos permite hablar de la memoria, de la circunstancia. Construimos una identidad, el susurro de la intimidad no se hace público, el aplauso silenciado.

La extimidad es la intimidad invertida, hecha pública por decisión propia. Lo público y lo privado no son entes, son construcciones sociales, fronteras que actualmente tienden a fundirse. El sujeto interactúa, capaz de ser un ente por si mismo que reclama la intimidad, la libertad de extimidad, un elogio del entusiasmo.

El hombre es un animal que destruye, un hombre inflamado por el ideal: un romántico que cree en la libertad absoluta. Construimos una máscara social con la que hemos decidido interactuar, llena de facetas preparatorias que nos guían a la apariencia púbica.

¿Qué pasaría si esa máscara fuera transparente y esas facetas se dirigieran a nuestra intimidad del ser? A la intimidad y no lo privado. Porque, a fin de cuentas, no se puede construir nada sin antes destruir. ¿Por qué no empezar a destruir desde el interior?

¿Será que la arquitectura llega a tener argumentos tramposos? Como un arte política, la arquitectura se abre y se cierra al querer procurarla como un trofeo.

“La arquitectura resulta una forma de comunicación y, muchas veces, una pieza de propaganda. Ningún mensaje tan claro como el que emiten toneladas de piedra o siluetas de cristal… condensa una ideología en formas visibles” -Silva Herzog

Las ventanas son las aberturas a lo público, que permiten que el ojo externo se introduzca. El individuo se vuelve masa, somos datos, dejamos huellas rastreables que pueden ser interpretadas. El ojo solo ve lo que el dueño piensa, la visión no es un efecto de la percepción pasiva, es un proceso inteligente de construcción activa, un reflejo de nosotros mismos. La existencia está hecha de inicios y desenlaces, todo lo que existe se vuelca a su transformación, lo perfecto da frío. No hay comienzo fechable ni final cortante, escapa de su aparente trivialidad.

Lo que vemos es un efecto de lo que pensamos, y al mismo tiempo, de lo que la sociedad piensa. La visión piensa. Debemos defender la valía de esa voz, la naturaleza del soliloquio.

Para poder avanzar, es necesario recuperar la memoria de los objetos que nos rodean, como lo hacía Petroski, un maestro de ingeniería civil. Ver no es un acto natural, vemos y representamos no lo que queremos, sino lo que podemos. Solo representamos los signos que podemos entender, que nuestro contexto limita y pone fronteras a nuestra capacidad de representación.

Siendo los arquitectos quienes emulan “crear” de la nada, archi: el que viene por delante, el primero, y tekton: artesano. Siendo así el “primer artesano” empezando a ordenar el caos del cosmos, morando. Es absurdo pensar que se puede decretar la vida, el mundo es un espacio ondulante, un vaivén perene, la constancia no es más que un movimiento más lento.

Toda idea tiene que ver con una experiencia, el pensamiento prescriptivo sobre el deber ser de las cosas. Lo público es la segunda dimensión de la relación vital que el hombre tiene con el espacio, dimensiones absolutas con las que el hombre se relaciona como ser espacial. Las ruinas de lo escrito y las ruinas de lo construido, la memoria de lo visible, los ojos de lo público.

En un mundo visto como un auditorio, en el que el aplauso es controlado y es solo permitido al final de un ademán, donde se ordena el sonido, el arquitecto ha opacado su espejo, olvidando las consecuencias de su trazo, el odioso yo. El fracaso no es decepción, es la posibilidad de reconstruir. Entendemos en tanto que miramos, en la vista recae la capacidad de aprender.

“Todo arte implica una fantasía erótica: imaginar y sentir.”-Silva Herzog

Una obra consciente, un espacio sensible.