NOTAS

CÓMO IMPACTÓ MI VIDA ESTUDIAR UNA MAESTRÍA

POR LORENZA SIERRA

01 DE FEBRERO DE 2023.

FOTO: ENRIQUE R. AGUILAR

Quiero empezar este artículo agradeciendo a tres personas que han sido un gran ejemplo en mi carrera tanto académica como profesional, que su mentoría y su labor ha ayudado a miles de estudiantes, al igual que a mi, a guiar nuestro camino e identificar cuáles son nuestras capacidades e intereses hacia la disciplina. Gracias a Margarita Flores, Nathan Friedman y Francisco Quiñones por lo que hacen con ACTO y por su esfuerzo en impulsar y mejorar lo que ofrece la academia de nuestro país. 

He platicado con muchas personas acerca del proceso de elegir un programa de posgrado, escoger las escuelas en las que te gustaría ser admitido, preparar una aplicación sólida, estudiar para exámenes después de años de haber salido de la escuela y de lo desgastante que puede llegar a ser este proceso. Pero por otro lado creo que se habla poco de lo enriquecedor que puede llegar a ser esta etapa de nuestras vidas, independientemente de estudiar la maestría o no. Después de escuchar a otros, he llegado a la conclusión que lo más bonito de un proceso de aplicación es llegar a un verdadero proceso de autoconocimiento y análisis que te ayudan a ordenar tus ideas y planes a futuro. Es maravilloso conocer a otros a través de historias contrastantes en donde más allá del talento, la exposición de motivos y circunstancias bajo las cuales una persona decide estudiar un posgrado nos diferencían a uno del otro. 

En 2018 me fuí seis meses de intercambio a Sidney. Después de haber vivido 22 años en una sociedad que puede llegar a ser tan cerrada y tan conservadora tuve una probadita de lo que es la “independencia". Independencia entre comillas porque mis papás me seguían manteniendo a kilómetros de distancia, en realidad esa independencia era una vida sin restricciones, sin horas de llegada y sin responsabilidades. Desde que estaba allá sabía que la parte más difícil iba a ser regresar. Idealice un país y una forma de vida, y hoy entiendo que hay muchos temas que tenemos que enfrentar al principio de nuestros veintes y la respuesta para tratar de sobrellevarlos no está en huir de ellos cambiando tu ubicación geográfica. 

En el último semestre de mi carrera (2020) apliqué a una maestría para volver a Australia. Me interesaron dos programas, el primero en dirección creativa, dentro de una universidad relativamente nueva para el cual pedían una propuesta de proyecto y el segundo en medios enfocados hacia el diseño. Sólo apliqué para el segundo programa, pero el contenido del primero echó a volar mi imaginación y es la razón por la cual empecé MENTES. Vi mucho potencial en la propuesta de proyecto que hubiera enviado para esa universidad. La razón por la cual me quería ir de este país, se convirtió en la razón principal para quererme quedar. En agosto de 2020 recibí un correo que decía que mi experiencia y mi carrera no eran compatibles con lo que solicitaba el programa al que apliqué, mi aplicación había sido declinada. Ese correo fue el cierre de uno de los ciclos más difíciles por la frustración que pueden generar meses de desilusiones e idealizaciones sin sentido. Hoy entiendo la ansiedad que nace a partir del no vivir en el aquí y el ahora y que aún sabiéndolo es muy difícil deshacernos de lo que deseamos para lograr ver todo lo que tenemos enfrente. 

Ya pasaron casi tres años desde que vivo y percibo las cosas de diferente manera. Agradezco tener una motivación diaria que me anima a aportar con mis experiencias al país en el que vivo y al sector del cual soy parte. Un proyecto con metas realistas que se sustenta de mis propias acciones y no depende de las decisiones de otros. Sé que para muchos es difícil elegir hacia dónde queremos direccionar nuestra carrera, cuales son las cosas que realmente disfrutamos y cuales son los pasos y los hechos que realmente van a aportar a nuestro futuro. Con mucha seguridad, te puedo decir que mientras no estemos paralizados, eso llega con el tiempo y se descubre a través de la prueba y el error. 

El año pasado estuvo lleno de cambios. Mi energía se concentró en aplicar por segunda vez a un posgrado. En esta ocasión, no por quererme ir de México, sino para beneficiar y ampliar los resultados que podría brindar MENTES a la sociedad en la que vivo. Las cosas hoy se sienten muy diferente, la segunda mitad de los veintes es otra historia, parece que las personas tienen cada vez más claro lo que quieren y que los planes a futuro segmentan los grupos de amigos, de ex compañeros y de conocidos según sus intereses y sus planes de vida. Las prioridades de cada persona cortan vínculos. Por primera vez he entendido lo que es sentirse sola e incomprendida, pero he aprendido a abrazarlo, disfrutando cada parte del proceso, convencida que es el camino para llegar al lugar en donde quiero estar. No sé si en algunos meses voy a estar viviendo en otro país, pero estoy tranquila de saber que hoy en día puedo poner en papel lo que quiero y porque lo quiero, puedo describir quien soy y bajo qué inquietudes he construido lo que he construido hasta la fecha. Eso es lo más importante que he aprendido de este proceso de aplicación. Me queda claro que la decisiones que se toman en una oficina de admisiones son sabias y están basadas en la compatibilidad que tienes con cierta escuela y cierto programa durante cierto momento de tu vida. Como me dijo alguna vez un profesor, “las cosas que más he querido en la vida han sido el resultado de varios intentos.” Por lo tanto, que te acepten o te rechacen en una universidad es igual de positivo, porque si la respuesta es NO, no era el lugar ni el momento. El rechazo duele, pero abre la misma cantidad de puertas y cuestionamientos que hay dentro de un sí.